Post by hippie on Dec 8, 2004 15:40:57 GMT -5
Hoy para muchos de nosotros es un día negro en la historia. Es el día en que un degenerado, de nombre Mark David Chapman, nos privó de una de las personas más sobresalientes: John Lennon. Sus ancias de buscar sobresalir entre la gente lo llevaron a llamar la atención de la peor forma, matando a Lennon. Quién sabe cuantas nuevas aportaciones pudo habernos dado Lennon de no haber sido asesinado...
Bueno, aquí les dejo un artículo muy chido sobre él.
[glow=red,2,300]PRIMERA PARTE[/glow]
La muerte de John Lennon
:: El 5, un número trágico para el gran mito ::
Para John Winston Lennon el número 4 era el de su suerte. El número 4 y también el 6. Cuatro habían sido los componentes del grupo musical más famoso que ha poblado este planeta. Eran The Beatles.
Eran Paul Mc Cartney, George, Ringo, y él mismo, John Lennon. Cuatro eran también las letras de su nombre –John- y del nombre de la mujer que tal vez más quiso en su vida, su tía Mimí, que cuidó de él desde los cinco años, cuando su padre y su madre deshicieron el matrimonio y el pequeño hijo de ambos quedó bajo la tutela de esta mujer que fue quien le regaló su primera guitarra.
El 6 fue también su otro número favorito, porque durante la década de los sesenta John Lennon y su grupo gozaron de una gloria y de un prestigio que, en un momento dado, le hicieron prorrumpir, incurriendo en un acto de soberbia impropio de su sensibilidad: “Somos (Los Beatles) más populares que Jesús”. La década de los sesenta fue testigo de la pasión desatada de sus fans, que se contaban por millones en todo el mundo. Su música se tarareaba por todas partes, las letras de sus canciones se recitaban con auténtico fervor, con más fuerza y convicción que cualquier credo religioso. La imagen del grupo, de cada uno de sus componentes, se conocía en las populosas ciudades de Europa, de América y de Asia; pero también en los apartados rincones del Planeta podía encontrarse un póster de Paul Mc Cartney o de ese joven de figura espigada y cara huesuda llamado John Lennon; ambos, los auténticos monarcas de Los Beatles.
Autor de auténticos himnos de paz, de cantos a la concordia y a la fraternidad universal, John Winston Lennon iba a morir violentamente.
Pero si el 4 y el 6 eran los dos números de la suerte para Lennon, el número 5, en cambio, había de ser el de su perdición, su número negro: cinco fueron los años que el ya ex-Beatles había permanecido alejado de la música, cinco fueron las horas que estuvo su asesino esperándolo en la puerta de su casa para matarlo y cinco, finalmente, fueron las balas que vomitó aquel revólver del calibre 38 el fatídico día señalado en el calendario como el 8 de diciembre de 1980.
La ciudad de Nueva York tiene su corazón en Manhattan. En las inmediaciones del Central Park se levanta un edificio al que se conoce como Dakota House. Entre sus inquilinos podían contarse actrices de la talla de Lauren Bacall, directores de orquesta como Leonard Bernstein o también el cantante John Lennon. Además de la fama que le proporcionaban sus moradores, esta vivienda había cobrado notoriedad porque en ella se había rodado la película “La semilla del diablo”, del prestigioso cineasta Roman Polanski. El cantante y compositor John Lennon había llegado al Dakota House en 1978 huyendo de la agobiante popularidad que le impedía llevar una vida tranquila y libre no sólo en su ciudad de origen, Liverpool, sino en su propio país y en cualquier parte del continente europeo. Buscando la ansiada libertad, había emigrado a Estados Unidos en compañía de su mujer, la japonesa Yoko Ono y del hijo de ambos, el pequeño Sean. Atrás dejaba el músico inglés cinco años de infierno, atrapado por el alcohol y la droga, que le habían obligado a romper su matrimonio por espacio de catorce meses. Su vida en el Nuevo Mundo representaba para Lennon la oportunidad de un auténtico renacimiento. Pero el destino iba a mostrarle su rostro más horrendo precisamente en aquel país que él había elegido por considerarlo libre y seguro.
Autor de auténticos himnos de paz, de cantos a la concordia y a la fraternidad universal, John Winston Lennon iba a morir violentamente en el corazón de una ciudad cuyo más famoso monumento es La Estatua de la Libertad. En esa ciudad iban a acallar, a amordazar para siempre, a sepultar la sutil sensibilidad del más espiritual de los trovadores modernos.
Chapman era el cazador; John Lennon sería la víctima.
Cuando se analiza su muerte, inmediatamente surgen diversas hipótesis. Como en tantos otros magnicidios, aparece la duda, la desconfianza, se disparan las interpretaciones. ¿Fue obra de un demente aislado que en el fuego sagrado de su propia soledad elaboró el plan de un crimen horrendo? ¿Fue, acaso, un complot fraguado por esa clase de grupos, por esa especie de sectas que contemplan con desconfianza a los espíritus libres, como indudablemente lo era John Lennon? Son preguntas que eternamente quedarán flotando en el pozo negro de los misterios.
Los que opinan que la muerte de Lennon se debe a la acción solitaria de un único individuo se alinean con la versión oficial que han difundido las autoridades estadounidenses. Los que abogan por el complot proyectan sus acusaciones sobre una administración a cuyo frente se hallaba Richard Nixon, intransigente con todo lo que oliera a hippies, a impugnadores de la política militarista desarrollada en Vietnam y a apologistas de Fidel Castro, durante aquellas décadas considerado enemigo público número uno de Estados Unidos. Era una época en la que cualquiera podía ser considerado una manzana podrida. John Lennon era esa manzana podrida y su influencia entre los jóvenes resultaba nefasta para los intereses que desde el poder defendían los EE.UU. Ya en la Grecia Clásica, Sócrates fue juzgado y condenado a morir por considerársele un corruptor de jóvenes. Las canciones de Lennon podían resultar tan peligrosas como una plática filosófica o como una doctrina religiosa. Desde el poder alguien podría tener el pulgar inclinado hacia abajo. Y en ese caso, la suerte del ex–Beatles estaría ya decidida de antemano.
Sea como fuere, los hechos ocurrieron del siguiente modo:
Bueno, aquí les dejo un artículo muy chido sobre él.
[glow=red,2,300]PRIMERA PARTE[/glow]
La muerte de John Lennon
:: El 5, un número trágico para el gran mito ::
Para John Winston Lennon el número 4 era el de su suerte. El número 4 y también el 6. Cuatro habían sido los componentes del grupo musical más famoso que ha poblado este planeta. Eran The Beatles.
Eran Paul Mc Cartney, George, Ringo, y él mismo, John Lennon. Cuatro eran también las letras de su nombre –John- y del nombre de la mujer que tal vez más quiso en su vida, su tía Mimí, que cuidó de él desde los cinco años, cuando su padre y su madre deshicieron el matrimonio y el pequeño hijo de ambos quedó bajo la tutela de esta mujer que fue quien le regaló su primera guitarra.
El 6 fue también su otro número favorito, porque durante la década de los sesenta John Lennon y su grupo gozaron de una gloria y de un prestigio que, en un momento dado, le hicieron prorrumpir, incurriendo en un acto de soberbia impropio de su sensibilidad: “Somos (Los Beatles) más populares que Jesús”. La década de los sesenta fue testigo de la pasión desatada de sus fans, que se contaban por millones en todo el mundo. Su música se tarareaba por todas partes, las letras de sus canciones se recitaban con auténtico fervor, con más fuerza y convicción que cualquier credo religioso. La imagen del grupo, de cada uno de sus componentes, se conocía en las populosas ciudades de Europa, de América y de Asia; pero también en los apartados rincones del Planeta podía encontrarse un póster de Paul Mc Cartney o de ese joven de figura espigada y cara huesuda llamado John Lennon; ambos, los auténticos monarcas de Los Beatles.
Autor de auténticos himnos de paz, de cantos a la concordia y a la fraternidad universal, John Winston Lennon iba a morir violentamente.
Pero si el 4 y el 6 eran los dos números de la suerte para Lennon, el número 5, en cambio, había de ser el de su perdición, su número negro: cinco fueron los años que el ya ex-Beatles había permanecido alejado de la música, cinco fueron las horas que estuvo su asesino esperándolo en la puerta de su casa para matarlo y cinco, finalmente, fueron las balas que vomitó aquel revólver del calibre 38 el fatídico día señalado en el calendario como el 8 de diciembre de 1980.
La ciudad de Nueva York tiene su corazón en Manhattan. En las inmediaciones del Central Park se levanta un edificio al que se conoce como Dakota House. Entre sus inquilinos podían contarse actrices de la talla de Lauren Bacall, directores de orquesta como Leonard Bernstein o también el cantante John Lennon. Además de la fama que le proporcionaban sus moradores, esta vivienda había cobrado notoriedad porque en ella se había rodado la película “La semilla del diablo”, del prestigioso cineasta Roman Polanski. El cantante y compositor John Lennon había llegado al Dakota House en 1978 huyendo de la agobiante popularidad que le impedía llevar una vida tranquila y libre no sólo en su ciudad de origen, Liverpool, sino en su propio país y en cualquier parte del continente europeo. Buscando la ansiada libertad, había emigrado a Estados Unidos en compañía de su mujer, la japonesa Yoko Ono y del hijo de ambos, el pequeño Sean. Atrás dejaba el músico inglés cinco años de infierno, atrapado por el alcohol y la droga, que le habían obligado a romper su matrimonio por espacio de catorce meses. Su vida en el Nuevo Mundo representaba para Lennon la oportunidad de un auténtico renacimiento. Pero el destino iba a mostrarle su rostro más horrendo precisamente en aquel país que él había elegido por considerarlo libre y seguro.
Autor de auténticos himnos de paz, de cantos a la concordia y a la fraternidad universal, John Winston Lennon iba a morir violentamente en el corazón de una ciudad cuyo más famoso monumento es La Estatua de la Libertad. En esa ciudad iban a acallar, a amordazar para siempre, a sepultar la sutil sensibilidad del más espiritual de los trovadores modernos.
Chapman era el cazador; John Lennon sería la víctima.
Cuando se analiza su muerte, inmediatamente surgen diversas hipótesis. Como en tantos otros magnicidios, aparece la duda, la desconfianza, se disparan las interpretaciones. ¿Fue obra de un demente aislado que en el fuego sagrado de su propia soledad elaboró el plan de un crimen horrendo? ¿Fue, acaso, un complot fraguado por esa clase de grupos, por esa especie de sectas que contemplan con desconfianza a los espíritus libres, como indudablemente lo era John Lennon? Son preguntas que eternamente quedarán flotando en el pozo negro de los misterios.
Los que opinan que la muerte de Lennon se debe a la acción solitaria de un único individuo se alinean con la versión oficial que han difundido las autoridades estadounidenses. Los que abogan por el complot proyectan sus acusaciones sobre una administración a cuyo frente se hallaba Richard Nixon, intransigente con todo lo que oliera a hippies, a impugnadores de la política militarista desarrollada en Vietnam y a apologistas de Fidel Castro, durante aquellas décadas considerado enemigo público número uno de Estados Unidos. Era una época en la que cualquiera podía ser considerado una manzana podrida. John Lennon era esa manzana podrida y su influencia entre los jóvenes resultaba nefasta para los intereses que desde el poder defendían los EE.UU. Ya en la Grecia Clásica, Sócrates fue juzgado y condenado a morir por considerársele un corruptor de jóvenes. Las canciones de Lennon podían resultar tan peligrosas como una plática filosófica o como una doctrina religiosa. Desde el poder alguien podría tener el pulgar inclinado hacia abajo. Y en ese caso, la suerte del ex–Beatles estaría ya decidida de antemano.
Sea como fuere, los hechos ocurrieron del siguiente modo: